Por José Tavárez

La desigualdad, como hemos planteado, no tiene un origen divino, tampoco se trata de
buena o mala suerte, se debe fundamentalmente a las reglas de juego con las que los humanos participamos en el escenario social.
La escasa movilidad que se observa entre las
capas más empobrecidas es parte de un mecanismo ideológico para justificar el hecho de la pobreza, presentándolo como falta de iniciativa o capacidad individual.
Uno de los aspectos más perniciosos del desequilibrio en el acceso al bienestar lo
representa el monopolio que tienen los poderosos sobre la información, la ciencia y la
tecnología.
La Unesco, en un informe de 2021, plantea que los países de ingresos altos tienen el 68 % del gasto mundial en investigación, el 64 % del personal de investigación, y el 58 % de las publicaciones científicas.
En contraste, los países de bajos ingresos apenas alcanzan el 3 % del gasto mundial en investigación, el 6 % del personal de investigación, y el 4 % de las publicaciones científicas.
Como puede apreciarse, existe una enorme brecha entre los países ricos y los pobres en la
producción de conocimiento nuevo, que es el principal generador de riqueza y bienestar en
la actualidad. Basta con echar un vistazo a las utilidades que producen las empresas de
tecnología (Apple, Google, Microsoft, etc.). Los grandes laboratorios farmacológicos de los países centrales no se quedan atrás en la generación de dividendos (Johnson & Johnson, Roche, Pfizer, Bayer, etc.).
Si a esto le añadimos los bienes y servicios de alta tecnología, la industria pesada y
automotriz, el dominio del transporte mundial, también en manos de los que más tienen,
podemos entender mejor por qué se produce una concentración creciente de la riqueza en
el primer mundo, mientras la pobreza permanece estática e incluso crece en vastas zonas del planeta.
En una apretada síntesis, podemos decir que la desigualdad que observamos en el mundo
se relaciona, entre otras cosas, con lo siguiente: despojo de patrimonio a los más
vulnerables, precario acceso de estos al conocimiento de punta, intercambio desigual que norma el comercio mundial a favor de los grandes, actividad de grandes emporios
multinacionales que drenan recursos de los menos pudientes para favorecer a quienes ya
ostentan altos niveles de vida.
¿Qué hacer entonces para producir los cambios que mejoren la calidad de vida de los menos favorecidos y fomenten mayor equidad entre las personas? De eso trataremos en la próxima entrega.

Un comentario en «La cápsula de José»
  1. Las causas que generan desigualdad entre individuos, grupos y naciones, a pesar de ser muy obvias, tienen una escasa presencia en el debate político, económico o filosófico. Es como si la debacle del socialismo real, a partir de la caída del Muro de Berlín (1989), se llevara de encuentro las ideas de equidad y justicia social. Olvidado quedó el postulado marxista que reza: “¡De cada cual, según sus capacidades, a cada cual, según sus necesidades!”. El poderoso resurgimiento del liberalismo se ha llevado por delante el valor de la solidaridad y el sentido del otro. ¿Sálvese quien pueda o un mundo solidario? Esa es la pregunta de cara al porvenir…

Los comentarios están cerrados.