Se le atribuye a Antonio Gala (1930-2023), poeta, dramaturgo y novelista español, la frase:
«La felicidad está en la sala de espera de la felicidad». A primera vista puede parecer una
expresión carente de sentido, redundante o incluso un razonamiento falaz, como la petición de principio. Sin embargo, cuando intuimos el verdadero sentido del planteamiento, nos asombra su profundidad. En efecto, la felicidad a que podemos aspirar no se encuentra necesariamente en alcanzar nuestros objetivos finales, sino en el proceso y el camino que recorremos para llegar a ellos.
Hace muchos años leí en el mural del seminario donde estudié: “Sin el esfuerzo de la búsqueda es imposible la alegría del encuentro”. Esta frase, que después supe que se atribuía a San Agustín, encierra el mismo sentido de que la felicidad está en la sala de espera de la felicidad, es decir, sin esfuerzo y dedicación, los momentos de alegría y satisfacción pueden perder su verdadero valor. Es en la espera, en el esfuerzo y en el aprendizaje durante el trayecto, donde podemos encontrar momentos de felicidad y satisfacción.
Dicho en pocas palabras, la felicidad está en disfrutar el viaje, no solo en alcanzar la meta.
Un error frecuente que cometemos, especialmente padres y madres, visualizar elfuturo denuestros hijos e hijas como adultos realizados, profesionales, independientes, etc. Con la mirada puesta en ese horizonte, y aguijoneados por el cúmulo de necesidades a las cuales atender, solemos pasar por alto el día a día de su crecimiento, la aventura de verlos aprender, y el disfrute de sus pequeños triunfos. En cada uno de esos detalles hay mucho para disfrutar, que no todo es vigilar tareas, disciplinar y curar cuando se enferman.
Después de todo, muchas veces será el único momento donde les tendremos cerca, porque de adultosse irán.
Cuando somos estudiantes, nos afanamos por la meta de graduarnos y dejar atrás las aulas,
sin percatarnos de que posiblemente estamos viviendo en ese tiempo los momentos más
glamorosos de la existencia. Otro tanto nos puede pasar con el trabajo, llegamos a odiarlo
en ocasiones, solo para comprobar en la jubilación que hemos perdido un espacio donde le podíamos socializar y compartir momentos de alegría con nuestros pares y la satisfacción de estar creando valor y ejerciendo a plenitud nuestras capacidades.
Más que esperar el gran golpe de suerte, el premio mayor de la felicidad, conviene gozar
de esos pequeños triunfos que vienen dosificados en cada día. Celebrar la vida que se activa en con cada despertar, el trabajo que afianza la autoestima y nos sostiene, el amor que damos y recibimos en intercambio productivo con los otros. Se trata de convertir la sala de espera de la dicha en la felicidad misma.