El Vaticano confirmó el fallecimiento del pontífice en la madrugada de este lunes. Fue un comunicado breve indicando que “ha partido a la casa del señor Francisco”, el jovial Argentino que ocupó el más alto cargo de la familia católica.
El Papa Francisco fue el primero en muchas cosas. El primer Papa jesuita, el primer Papa originario de América Latina, el primero en elegir el nombre de Francisco sin un numeral, el primero en ser elegido con su predecesor aún vivo, el primero en residir fuera del Palacio Apostólico, el primero en visitar tierras nunca antes tocadas por un Pontífice -desde Irak hasta Córcega-, el primero en firmar una Declaración de Fraternidad con una de las principales autoridades islámicas. También fue el primer Papa en dotarse de un Consejo de Cardenales para gobernar la Iglesia, en asignar funciones de responsabilidad a las mujeres y a los laicos en la Curia, en lanzar un Sínodo que implicaba por primera vez al Pueblo de Dios, en abolir el secreto pontificio para los casos de abusos sexuales y en suprimir la pena de muerte del Catecismo. Primero, una vez más, en dirigir la Iglesia mientras en el mundo no hace estragos “una” guerra, sino muchas guerras, pequeñas y grandes, libradas “a pedazos” en los distintos continentes. Una guerra que “siempre es una derrota”, como repitió en los más de 300 llamados, incluso cuando le faltaba la voz, que ocuparon todos los últimos pronunciamientos públicos desde el estallido de la violencia tanto en Ucrania como en Medio Oriente.
Procesos
Pero Francisco, de nombre secular Jorge Mario Bergoglio, probablemente no hubiera querido que el concepto de “primero” se asociara a su pontificado, que se proyectó en estos doce años no para alcanzar metas o ganar primados, sino para iniciar procesos. Procesos en curso, procesos concluidos o lejanos de serlo, procesos probablemente irreversibles, incluso para quien lo suceda en el trono de Pedro. Fueron acciones generadoras de “nuevos dinamismos” en la sociedad y en la Iglesia -como escribió en la hoja de ruta de su pontificado, la exhortación apostólica Evangelii gaudium– siempre en el horizonte del encuentro, del intercambio y de la colegialidad.
Desde el fin del mundo
“Comenzamos este camino, obispo y pueblo”, fueron las primeras palabras pronunciadas desde el Balcón de la Bendición, avanzada la tarde del 13 de marzo de 2013, ante una multitud que desde hacía un mes abarrotaba la Plaza de San Pedro, bajo la atención mundial tras la renuncia de Benedicto XVI. Ante esa multitud, el recién elegido Papa de 76 años, escogido “desde el fin del mundo” por sus hermanos cardenales, pidió una bendición. Rezó un Ave María con la gente, tropezando con un italiano que no había practicado asiduamente hasta entonces, dadas las escasas visitas a Roma del pastor de Buenos Aires, quien estaba listo para preparar sus maletas inmediatamente después del Cónclave. Y al pueblo, al día siguiente, quiso presentarle sus respetos cercanos mientras se dirigía a la parroquia de Santa Ana y luego a la basílica Santa María La Mayor, para agradecer a María “Salus Populi Romani”, protectora de su pontificado, a la que siguió rindiendo homenaje en cada momento fuerte. Y fue en esa basílica, llamada “liberiana”, donde Francisco expresó su deseo de ser sepultado.