Por José Tavárez
El combate a la corrupción tropieza con importantes escollos, empezando porque
se trata de un mal generalizado que permea tanto la administración pública como
el ámbito privado. A esto se añade su carácter transnacional y la enorme cantidad
de recursos que mueve para garantizar impunidad. En este último aspecto,
considérese que el lavado mundial de dinero representa aproximadamente 2.7 %
del PIB global, alrededor de 1.6 billones de dólares, y que entre 20,000 y 40,000
millones de dólares se destinan anualmente a sobornar funcionarios públicos.
En la región latinoamericana el problema es particularmente grave. En Colombia,
por ejemplo, el crimen organizado mueve alrededor de 740,000 millones de
dólares al año, en México 50,000, en Brasil una cifra similar y en Argentina el delito
de lavado de activos supera los mil millones de dólares. De R.D. hay pocos datos
disponibles en materia de lavado, pero solo los casos que actualmente persigue el
Ministerio Público superan los 40,000 millones de pesos (677 millones de dólares).
“Un cañonazo de 100 000 dólares no hay general que lo aguante”, decía Juan
Rulfo, parafraseado al general mexicano Álvaro Obregón. Se recuerda que en las
décadas de los 60 y 70’s del siglo pasado los militares latinoamericanos produjeron
varios golpes de Estado, bajo el pretexto de que los gobiernos civiles se habían
corrompido. En poco tiempo ellos también hicieron lo mismo, lo que dio pie a la
expresión del autor de Pedro Páramo.
El mal de la corrupción ha calado hasta la médula de la sociedad humana,
trascendiendo fronteras y tocando íconos de moral y buenas prácticas
institucionales. Los escándalos incluyen el dopaje en los deportes, sobornos en el
fútbol y en el olimpismo al más alto nivel, escándalos sexuales y financieros en el
Vaticano, etc. Se observa, además, que hay gobernantes de grandes países (EE. UU.,
Brasil, Rusia…) que usan el poder para desconocer la voluntad de sus pueblos o
enviar a la muerte a miles de jóvenes en guerras que ni siquiera entienden.
Estando tan extendido el problema de la corrupción, ¿tiene sentido enfrentarlo?
¿Es una batalla que se pueda ganar? A ambas preguntas respondemos
afirmativamente.