Por José Tavárez

Abundan las personas “trabajólicas”, gente que no puede estar sin hacer nada pasando de un afán a otro, llegando incluso a tomar para sí los deberes de otros, con lo cual se agobian y literalmente no tienen vida. La presente cápsula ofrece una perspectiva diferente, inspirada en “Il dolce far niente”, expresión italiana que significa: Lo dulce de no hacer nada. Veamos los detalles.

La expresión en italiano Il dolce far niente, que en traducción libre significa “la dulzura
de no hacer nada”, aborda un tema del cual se habla poco en nuestra sociedad, y
cuando se menciona, adquiere connotaciones negativas. No hacer nada suele vincularse
con pereza, vagancia o inutilidad. Muchas personas en esta situación experimentan
sentimientos de culpa y con frecuencia caen en angustia y depresión.
El tabú asociado con no hacer nada se evidencia en las evasivas que usamos cuando
alguien nos pregunta qué estamos haciendo. Con frecuencia respondemos “luchando”,
“afanando” o “en la faena”, cuando en realidad estamos inactivos. Muy pocas veces la
gente dice que está disfrutando del ocio, como si fuera una afrenta, descansar o
sencillamente “no hacer nada”. Este sentimiento alcanza incluso a personas jubiladas, cuyo derecho al descanso es legal y socialmente aceptado.
Sin caer en la abulia, indiferencia o la simple pereza típica del vago, debemos aprender
a disfrutar de los momentos de inactividad que se producen en la rutina diaria. El
tiempo libre inesperado, el compromiso que se suspendió y las horas reservadas para
el descanso. Es importante resistirse al hábito de estar en actividad permanente, solo
porque no hemos aprendido, como los italianos, a disfrutar de no hacer nada.
Se podría argumentar que el simple hecho de existir nos empuja a movernos y hacer
cosas. Esto es obvio, solo los muertos están en reposo absoluto. Il dolce far niente
significa vivir de forma gozosa el ocio, es decir, alimentar las vivencias lúdicas. En este
contexto es válido, entre otras cosas, tumbarse frente a la televisión a disfrutar del
programa favorito, sumergirse en la meditación que alimenta el espíritu, tomar la siesta sin remordimientos, dar tiempo al hobby que se disfruta, quedarse en casa por el mero
gusto de estar allí.
La mejor manera de entender el “no hacer nada” es soltar la carga de creernos
imprescindibles en la marcha de las cosas o que debemos poner las manos en todo
para que salga bien. Definitivamente, no somos Atlas, el titán de la mitología griega
castigado por Zeus a cargar con el cielo sobre sus hombros por toda la eternidad.
Disfrutar del ocio natural y del que creamos voluntariamente es un derecho legítimo. A
muchos les convendría sustituir el sentimiento de culpa que les produce la inactividad
por la dulce sensación de no hacer nada.